Estaba sentada en mi banquito de
tranquilidad,
inundada de placidez
cargada de felicidad.
Estaba serena,
estaba confiada
y desconcentrada.
Baje la guardia,
solté el escudo
y cerré mis ojos sobre el laurel.
Olvide mi pasado
y curé mis cicatrices con miel.
Pretendí que no dueles.
Sin embargo...Dueles.
El tiempo ayuda,
el tiempo cura, pero no olvida
dibuja huellas,
huellas que perduran,
huellas finas y huellas duras.
El óleo de cada herida deja su arte en el cuerpo
y a mi lienzo aun quedándole mucho espacio que donarle al tiempo
tiene miedo.
Tiene miedo a otros lienzos,
y es que cada trazo es más bello,
más maduro
más sincero.
Pero lo pinceles desgastados marcan como un sello
y las almas con la edad van cansadas
y ya no son abnegadas.
La calma que inspiró mis versos
que elevó mi ego
y alimentó las páginas de mi cuaderno con un inmenso sosiego
hoy me revuelca las entrañas
y me apacigua el fuego.
Estoy sentada en el borde de mi cama,
sin balsa
concentrada
confundida
estoy despierta y con la armadura puesta.