miércoles, 21 de septiembre de 2011

El encierro

Camila se levantó esa mañana dispuesta a hacerlo, nadie la odiaba, nadie la quería matar, nadie le deseaba su cruel destino, pero había alguien que no la amaba, había un hombre que no la conocía.

El día amaneció nublado, el frio que penetraba los huesos se  coló en su corazón agonizante y anunció la tragedia.

Ella no sufría, no lloraba, no sentía la soledad de su habitación, pero quería sufrir, deseaba llorar y anhelaba sentir que el silencio la asesinaba cada minuto una y otra vez. Camila solo quería vivir.

Sentada junto al cadáver recordó cuando en la mañana se levanto descalza porque quería sentir el frio del suelo pero su alfombra se lo impidió, el café estaba caliente, la prensa bajo la puerta, su apartamento en silencio y el reloj a tiempo. La decisión estaba tomada.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero ninguna rodo por su mejilla, quiso gritar por la ventana, correr por ningún lado, besar a algún desconocido, amar a su vecino y morir en el primer instante del día que nunca llega. Tal vez mañana, pero entonces se detuvo y pensó –nunca es mañana, ¿Cuándo moriré?, ahora Camila en realidad no sabía si lo que deseaba era vivir o morir.

La confusión se apodero del momento por un minuto, pero haberlo hecho fue el camino hacia la luz.

Después acaricio el rostro pálido del cuerpo tendido junto a ella y lloró se rió, lo besó, lo mató una vez mas y cansada de vivir se desvaneció sobre él.

Entonces lo logró, sintió tristeza, sintió un vacio en su estomago, un  nudo en la garganta y fue entonces cuando el verdadero dolor provocó que sus ojos se llenaran de lagrimas que rodaban por sus mejillas y se posaban irónicamente en su cuello. Era real, por fin Camila vivió.

Patricio era su vecino,  un joven inocente,  una persona ajena al conflicto y al amor de Camila. Sin embargo era el culpable del sufrimiento y la pasión perfecta que la embriagaba.

Una botella de vino en el suelo, una navaja que clavada en la yugular del cuerpo inerte creaba el mar de sangre que mancho la alfombra y una expresión de sorpresa y agonía fue el escenario que necesito Camila para liberarse.

Aparentemente aquella navaja que apuñaló la garganta del hombre creo el nudo que desató el sufrimiento que pedía a gritos la vida de ella.

Esa mañana Camila asesinó al hombre que amaba en silencio, acabo con la posibilidad de ser conocida, pero vivió tan intensamente esos pocos minutos, que desde la celda que hora habita, tiene la certeza de volverlo a hacer. Por fin se siente presa de la vida, por fin se siente encadenada a algo distinto a ella misma


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