(que esto quede en voz en off)
Abrir El espectador y leer en la sección de opinión artículos polémicos como el de Alfredo Molano en contra de los “notables Araujo vallenatos y de Cartagena”, se ha convertido en una labor complicada y destinada para mentes ``brillantes` y `analíticas` que con leer el artículo una única vez, no se remitan a los Araujo que todo el país conoce, sino que necesiten de una exanimación detallada del texto para llegar a determinar quiénes son los Araujo de los que el periodista habla.
Haciendo uso de la lógica universal, que rige las normas del lenguaje, generalizar los Araujo y otros, es hablar de cualquier notable con este apellido que además de eso este segmentado en esta región costera, o al menos es así como lo ve la ley en Colombia.
Pero si ponemos en un contexto real a un personaje como Alfredo Molano, con la experiencia que trae acuestas, sabremos que no es de los que se sienta a escribir a la deriva, sin medir ni tener idea de la magnitud de las palabras que utiliza para expresar su punto de vista, sería ridículo siquiera imaginar que con el hecho de no mencionar directamente un sujeto pasivo, Molano generalizó el apellido Araujo y que notable puede ser cualquier persona que viva en Valledupar o Cartagena y que casualmente sea Araujo. Pongamos la sensatez en primera instancia y así no será necesario hacer una lectura minuciosa, como pretende Molano, para entender a lo que se refiere con su opinión.
Es apenas lógico pensar que cualquiera de los 40 Araujo, que conforman esta popular familia costeña, se sintiera aludido por las fuertes críticas del periodista y es más lógico todavía pensar que se tomarían medidas al respecto.
Enfrentarse a la justicia penal y ser acusado por injuria y calumnia es a lo que cualquier columnista se expone al hacer juicios y dar acusaciones tan graves en un medio.
Sin embargo es paradójico ver como el lenguaje se prostituye en beneficio del escritor, porque librarse de una condena evidente simplemente por tergiversar el verdadero enfoque de la opinión basándose en el uso de las palabras y en la ambigüedad que de estas resulta, no es un argumento del todo honesto y objetivo, es más bien un trampolín que utilizo la defensa para saltar más alto que las acusaciones y esquivar una sentencia justa.
Finalmente los hechos fueron concretos las palabras puestas en el orden y la forma precisa y a pesar de lo inusuales que fueron las pruebas que presento la defensa terminaron siendo lo suficientemente solidas para ganar.
Por esta vez el ejercicio de la profesión periodística se salvo y no precisamente por una campana sino por la gramática y la riqueza del léxico que conforman el español.
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