miércoles, 21 de septiembre de 2011

LAS CRUCES, MORADA DE UN SUEÑO OLVIDADO

Tras escuchar al autor de su crónica insignia leer las últimas líneas que cuentan su historia, sus ojos  se inundaron de las lágrimas que le producen el orgullo que siente por sí mismo y la tristeza de sentir que fue grande y ahora arrastrado por los años vive en el  olvido. Entre las longevas de su vejez en las  que se  perciben sus 83 años aun habita el espíritu de Mustafá ese joven emprendedor y entregado al espectáculo.

Jesús María Lievano como realmente se llama este ibaguereño que por años ánimo el comercio de telas, calzado y bisutería en el centro de la metrópoli, es ahora un habitante más de los peligrosos y arrinconados laberintos que componen el barrio más antiguo de esta ciudad, las Cruces.

Un sábado como cualquier otro decidí acompañar a Oscar Bustos, mi profesor, a recorrer las calles de la ciudad. Caminar por Bogotá resulta ya por naturaleza toda una travesía, tenía mi mente  suspendida en un limbo de posibilidades, no sabía lo que me esperaba y no sospechaba lo que en aquel sitio podría entender.

Caminamos sin afanes y sin el estrés común que me produce andar en la ciudad, desde la estación de transmilenio museo del oro hasta las Cruces, un barrio de esos que están etiquetados por la sociedad como uno prohibido para visitantes y atacado por la delincuencia. A escasas seis cuadras de la Plaza de Bolívar, aquella que tantas veces había visitado pero nunca había observado como aquel día, vive  Mustafá, el pionero de los payasos desde los años 50 en el centro de la capital.

 Pasar por el palacio de Nariño y ver como se van transformando las calles es sorprendente. Los contrastes que ofrece Bogotá son un motivo que amerita que las palabras se sumerjan en el papel y encuentren la manera perfecta de componer un texto que logre dibujar lo que se observa. Los rústicos andenes que sostienes las casa que llevan acuestas más de 100 años de historia  son la prueba de que para lograr transportarnos a un mundo mágico no es necesario recorrer miles de kilómetros de distancia.



Eran las ocho y media de la mañana y después de 15 minutos de camino, llegamos al parque principal del barrio. Como si fuera un pueblito de tierra caliente, de esos que caracterizan a este país, allá todos los vecinos se conocen con todos, en la tienda la musica amenizaba el partido de micro que se jugaba en la cancha y las personas ya estaban realizando sus actividades de fin de semana.

Esperamos durante cuarenta minutos a “chuchin” uno de los hijos de Mustafá, quien nos guiaría por nuestra travesía hacia su casa. Antes de que llegara, Oscar me había advertido de que “chuchi” tenía un pequeño retardo, esto se hizo evidente con su conversación, es una persona con problemas para leer y hablar, sin embargo, por el mundo en el que se desenvuelve, es consciente de la realidad en la que vive. Caminamos hacia la plaza de mercado, pero nos detuvimos a desayunar,”chuchin” nos aconsejo comer tamales “de esos que la vecina vende a mil o a dos mil y son buenos” dijo. Los tamales valían 1000 y 2500 los mas grandes, mientras comíamos recordamos que se aproximaba el nueve de abril y con esta fecha el aniversario de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, aquel liberal, candidato presidencial en el 48 que vivió su infancia unas cuadras mas debajo de aquella tienda.

En mi reloj daban las nueve y cuarenta cuando llegamos a la plaza, “esto no es como me lo imagine” le conteste a Oscar cuando me preguntó como me parecía aquella edificación. Cuando me detuve frente a la entrada recodé aquel pasaje bíblico (marcos 11: 12-26)  donde se cuenta que Dios al ver convertido su templo de oración en un mercado enfureció como nunca. Pues la estructura arquitectónica parece más una iglesia que un mercado. Las columnas son largas lo que hace que el techo sea alto y la estatua del cóndor mezclado con pavo real que custodia la entrada desde arriba da la apariencia de un santo. La limpieza y la organización con la que allí trabajan son admirables, jamás había visitado ninguna plaza de mercado, o galería como solía llamarle yo de pequeña a este sitio, sin ceñir mi rostro por el mal olor o salir corriendo agobiada por la algarabía que se vive dentro de un lugar tan típico como este. La plaza de mercado de las cruces es algo diferente al estereotipo comúnmente conocido

Víctor es tal vez el comerciante mas antiguo de esta plaza, lleva cincuenta años trabajando allí y conoce su historia completa…

Compramos frutas y emprendimos el viaje hacia la casa de Mustafá, a la cual solo lográbamos llegar con la compañía de “chuchin” o de alguno de los integrantes de la familia, pues junto a estos recovecos  que compone el camino, limita la “olla” de las brisas, uno de los expendios de droga mas grande y desconocidos de Bogotá. “Esto es como atravesar por la cueva de Alibaba y los cuarenta ladrones, se necesita de suerte y unas palabras mágicas para pasar” me comento Oscar mientras seguíamos a “chuchin”, y realmente era así hasta hace unos meses. El nuevo CAI de la policía que implantaron en la entrada al laberinto como lo bautizamos ha reducido en un gran porcentaje las filas de indigentes, ladrones y drogadictos que  rodeaban estas calles.

Por fin llegamos, la puerta es una teja de zinc trancada con una piedra, al final de un pequeño corredor que inaugura la entrada, como no hubiesen bastantes antes de llegar, estaba doña Ilia Zemanate, esa mujer abnegada, solidaria y entregada a su hogar que desde hace casi 50 años acompaña por el camino de la mano a nuestro gran Mustafá.

Saludamos a toda la familia, su hija cristina, invidente desde hace apenas 10 años, su esposo también invidente, su hija Lorena y sus demás hijos. En el centro de un solar rodeado de arboles y alegría en una silla tomando el sol por fin estaba Mustafá, saludo entusiasmado a mi profesor aunque le reclamo por llevar casi ya dos años sin visitarlo, “ how are you?” escuché que dijo, me asombro que supiera ingles, pero era apenas el inicio de una cadena de asombro mientras lo conocía. Apenas me vio me brazo y exclamo “como esta de grande la muchachita don Oscar, está muy bonita” todos le repetíamos que yo no era la hija del profesor, pero parecía no entender y tampoco me importo hacerme pasar por la niña que lo conoció cuando tenía ocho años y ahora tiene 22. Nos sentamos a conversar y como si me conocerá de toda la vida comenzó a relatar sus historias.

Era grande comprendí en el instante mismo en que entre a esa casa. Sus aventuras y travesuras de joven aun viven en sus ojos que al mirarme reflejaban al hombre que cantaba y apodaban el gardelillo, al mismo que en el 64 enamoró a Ilia en una feria de Cali donde animaba una exposición de aves exóticas y se gano los corazones de muchos en Colombia.

“mire, lea” me dijo y como si fuese un pañuelo o un objeto típico de cargar consigo saco de su bolsillo un fragmento de la crónica que tanto le hacía recordar y sentir. Aquella acción me conmovió, es tal el orgullo que siente este hombre por lo que hacía que como un trofeo colecciona cada una de las publicaciones en las que aparece su nombre. 

“Mas conocido como Mustafá, el ultimo faquir en Bogotá”, como se titula la crónica,  es mas bien un símbolo de lo que significa en Colombia ser un artista. Su vida se resume en un álbum empolvado que junto a él ha envejecido. Hoja tras hoja nos fue mostrando cada una de sus experiencias, y como si los años no transcurrieran nos fue contando su pasado. Cada página tenía vida propia y cada fotografía tenía su historia, con unas reía, en otras se entristecía, se inspiraba o simplemente suspiraba, era como si sentarse en aquel solar, en su sacrificada casa, a recordar sus pasos junto a nosotros, significara mas que publicar  su vida en una revista, era como si estuviera viviendo nuevamente sus años mozos.

En mis recuerdos quedara marcada la imagen del gran Mustafá y el aren que componen su familia, en mi mente quedará para siempre plasmado el rostro de un hombre incansable que a pesar de permanecer olvidado por una sociedad que tanto lo necesito un día, continua sonriéndole a la vida y luchando por sobrevivir en un mundo no tan mágico como de árabes, lámparas maravillosas y alfombras voladoras  que soñó conocer.

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